miércoles, 16 de febrero de 2011

EL MANIERISMO EN PINTURA

El manierismo en Pintura: Pontormo, Tíntoretto y Greco.


Aunque también en el campo de la pintura la influencia de Miguel Ángel ocupa prácticamente toda la obra realizada en la segunda mitad del siglo XVI, no es menos cierto que en este ámbito la nómina de artistas con una personalidad propia y marcada es mayor que en otras artes, como en Florencia Rosso y Pontormo, además de con Parmigiamno o Bronzino, en Venecia emergen con fuerza las personalidades de Tintoretto o Veranes y en España el propio Greco que enriquece el arte manierista de la pintura.
Caracteres:
a)    El canon de las figuras se alarga.
b)    La densidad de formas en la composición se incrementa.
c)    Se buscan temas extraordinarios.
d)    Los ejes se sitúan en los ángulos de la composición.
e)    Se buscan tonalidades frías.
Del foco florentino destaca la obra de PONTORMO Descendimiento o Traslado del cuerpo de Cristo (1526-28) un óleo sobre tela de 313 x 192.
La libertad creadora se afirma en esta imagen. Si bien el tratamiento de la forma se confía a una linealidad detallista y muy míguelangelesca, amiga de la curva y de la tensión de los cuerpos, estos mismos cuerpos se torsionan y los cuellos se alargan ostensiblemente estilizando los cánones y pasando a prescindir casi por completo del claroscuro y del sombreado. Los colores son irreales y están dotados de luz propia, una luz matinal; resplandecen a través de las formas casi privados de materia. Evita en todo momento las tonalidades clásicas a favor de medios tonos resáceos, amarillos, azules y verdosos.
Y es que las figuras llenan por completo el espacio que únicamente una nube en alto, a la izquierda de la composición, nos sitúa en lugar abierto dentro de un plano sin tercera dimensión, sin arquitectura, sin fondo. El propósito es no dejar ningún vacío: por ello se incorporan una serie de personajes nuevos. Va también contra las sagradas leyes de la composición clásica colocar en el centro un objeto irrelevante como un paño sostenido en alto al que van a parar varias manos. Todo el conjunto se organiza en torno a una oleada de cuerpos humanos formando un círculo cuyo movimiento es contrario al sentido de las agujas del reloj. Esta dinamicidad se ve aún más acusada a través de ese rizo que se conoce como forma serpentinata y esos movimientos ascendentes y descendentes que parecen sustraer los cuerpos a las leyes de la gravedad. Ayuda a esto el punto de vista bajo que se ha elegido.
En el segundo Cinquecento veneciano encontramos a Veronese y Tintoretto que recogen la crisis manierista a favor de una composición más compleja -casi teatral- y una visión más constructiva de los contrastes entre luz y sombra.  El Lavatorio, obra de Tintoretto de hacia 1550. Suelo, mantel y fondo, además de algunos  rostros, aparecen más iluminados que algunos de los   personajes   de    los   que únicamente se destaca la cara.
Lo sorprendente es la composición. El tema principal se encuentra desplazado a la derecha y se compensa con el personaje que a la izquierda se anuda las zapatillas.   La perspectiva      euclidiana      se acusa en la mesa, el suelo geométrico y la arquitectura dando al conjunto una profundidad teatral.  A esta perspectiva se suma  la aérea, porque el aire se interpone entre  los personajes y se aprecia bajo el mantel.
Los grupos  se disponen  horizontalmente  para acentuar  la  sensación  de  profundidad.
Mientras la gama colorista, muy veneciana como puede apreciarse en los azules, es de gran brillantez y juega con los contrastes de tonos y de luz.
El Greco (1541-1614) llena por sí solo todo el contexto de la pintura española del siglo XVI. Aunque nace fuera de España, su asentamiento en Toledo desde 1576, ciudad de la que ya no se moverá, permiten considerarlo un pintor de raigambre española. Es su compleja formación y la singular síntesis que hace él de sus componentes lo que convierten su obra en singular. Tres son sus rasgos más sobresalientes:
-El alargamiento de las figuras.
-Los desequilibrios de la composición.
-Los colores antinaturales.
Todo esto le llevará a una nueva finalidad plástica e incluso a una dificultad, que el autor no buscaba, para que sus obras fueran consideradas como imágenes de culto de acuerdo con la ortodoxia religiosa. Sus rasgos propios le han hecho sugerente para posteriores pintores expresionistas e impresionistas. En su formación se apuntan tres componentes variados: El bizantino, el veneciano y la castellana aunque matizada por su estancia en Roma y el conocimiento de la obra de Miguel Ángel.
En el Expolio (1577-79), el  tema es el apropiado para una sacristía, como símbolo para los sacerdotes antes de ves ti r sus ropas litúrgicas: Cristo va a ser despojado de sus vestiduras para proceder a la crucifixión.
Presenciamos una nueva visión- Jesucristo aparece en posición frontal y central y con túnica roja. Todo contribuye a una máxima concentración: el paisaje se ha eliminado y la visión del fondo queda reducida al máximo. Jesús, casi en una mandarla, es el único personaje que aparece completo; a su alrededor las masas se colocan a la derecha y a la izquierda como en forma circular llenando todo el plano de representación. El contraste espacial se logra contraponiendo abajo las tres Marías con el sayón de la izquierda, el capitán de coraza con el hombre que lleva la cuerda y, después, las dos cabezas situadas a derecha e izquierda.
Luz y color tienen que decir lo suyo. La iluminación del semblante de Cristo y la mancha roja de su túnica se contraponen con las sombrías caras de los sayones y el tono gris del fondo. Adopta además la serie del azul y del carmín, los grises cenicientos, los contrastes radicales entre el color puro y las delicadas medias tintas. Aún hay lugar para regalos como ese reflejo rojo de la túnica que aparece en la armadura del capitán.
El resultado es de un manierismo radical y de una visión totalmente subjetiva que se traduce en la absoluta libertad compositiva que hemos comentado.
Su obra más famosa es  el Entierro del conde Orgaz, pintada en 1586-88. Se trata de un encargo para la parroquia de Santo Tomé de Toledo y se refiere a la muerte producida 250 años antes de su benefactor, a la sazón el conde de Orgaz, a quien, según la tradición, san Esteban y san Agustín habían ayudado a bajar a la sepultura.
La composición es ahora clásica con dos partes bien diferenciadas que únicamente unifica la cruz y la mirada del diácono. En la parte inferior y terrenal observamos a San Esteban y San Agustín en rica ropa litúrgica depositando el cuerpo del conde, San Francisco a la izquierda y, a la derecha, el diácono y un sacerdote oficiando el funeral. Jorge Manuel, hijo del Greco, hace de personaje  y nos muestra teatralmente lo que está ocurriendo. Un friso de personajes de la época con sus gorgueras blancas (verdaderos retratos en los que el artista cuida los rasgos y expresiones de los protagonistas y no omite retratarse a sí mismo) cierra este espacio dominado por el círculo que describe el cuerpo de Orgaz y los santos.
La parte superior es el mundo celestial. Nubes pobladas de apóstoles, santos y ángeles con dos extremos en los que se sientan la Virgen y San Juan sirven a los efectos de portar el alma del conde en figura de niño hacia Jesús que se encuentra en lo alto. La sencillez terrenal, concreta y dibujística, ha dado paso en la zona superior a un plano celeste con figuras desdibujadas y colores en atmósfera de sueño. Pincelada suelta y vaporosa más colores cálidos e intensos; formas alargadas; luces fantasmales; figuras ingrávidas sin soporte material alguno.

En la Anunciación, el pincel actúa con una extrema libertad y recurre al uso de unas pinceladas negras que silueteaban algunas formas y limitaban perfiles y campos de color, dando al lienzo, visto de lejos, una extraña y casi mágica sensación de vidriera, que desaparece al observar de cerca, la vibración toque y la prodigiosa utilización de la preparación rojiza, al descubierto en muchos lugares, para obtener efectos de transparencia y volumen
La composición resulta sumamente original, a Virgen, de proporciones alargadísimas, aparece en el momento de alzarse, sorprendida por la aparición del arcángel, apoyando la mano izquierda en el atril ante el cual oraba. El enviado celestial se ha posado ya en el suelo y gesticula con la mano derecha.
El Espíritu Santo aparece en la parte superior, en una explosión luminosa, y sobre él se advierten, rodeadas de ángeles niños y presididas por un ángel mancebo que vuela de frente con el brazo derecho alzado, figuras de Virtudes entre las cuales las más evidente es la Caridad. Está representada del modo habitual, como una matrona con varios niños en su regazo. Son identificables también, de derecha a izquierda, la Templanza con una vasija, la Fe con la cruz, la Prudencia con su espejo y otra sin atributo visible, quizás la Esperanza.

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